El ruido del móvil a las seis de la mañana me despierta de una siesta de dos horas iniciando una especie de caza a ciegas del aparatito en cuestión para poderlo apagar… ¿Dónde se han metido mis gafas? ¿Y el móvil? ¿De repente me falla la memoria? No hay manera de encontrarlo, así que tristona como estaba por tener que dejar atrás a tantos locos fantásticos, cogí la toalla y salí escaleras arriba guiándome por las pintadas de la pared. Si veis las fotos en la galería entenderéis perfectamente donde estaban los WC… La ducha está justo en frente 😉
Después de pasar la fregona (aká cada uno es su amita de casa) todo se ve un poco más claro, la bajada es mucho más nítida y ya se han encargado de callar el trasto los mismos graciosos que lo escondieron con las gafas y la pizza de la noche anterior debajo de una pila de mantas.
El autobús que llega al aeropuerto está sólo a dos paradas de tren, así k después de vestirme y preparar la mochila de puntillas toca salir corriendo para llegar a tiempo, fichar por los pelos y esperar con morritos de guardería a que llegue el avión de regreso a Barcelona.
Al bajar en Girona un policía húngaro con bigote me pide el pasaporte y me deja pasar dándome la bienvenida en inglés: el pobrecito debe andar despistado.
Acto seguido me acerco a la oficina de turismo, pregunto si hablan inglés, pido un «free map of this city» y lo abro para ver cómo llegar a Gracia mientras me acercan los horarios del transporte… ¿Quien es el despistado ahora?
En seguida reacciono y algo más despejada pregunto en inglés a la chamita si habla catalán. Después de casi cinco minutos esperando a que la mitad superior de la susodicha administrativa se rehiciera de una carcajada que casi la hace darse de narices con sus propias rodillas, me espabilo un poquito más y decido ser payaso en mi próxima vida… De momento opto por dejar el mapa de barcelona para alguien que lo necesite más que yo 😕
El autobús desde el aeropuerto a Barcelona cuesta once euros y sólo me quedan siete, dos o trescientas coronas y algún florín. No queda más remedio que hacer dedito hasta la parada de tren de Girona ciutat, desde donde costará algo menos de seis euros llegar hasta Barcelona-Pg. Gracia.
Después de media hora esperando a que pare algún alma caritativa, decido aceptar el ofrecimiento de un rumano residente en Florida que parece estar empeñado en llevarme de excursión a la Antártida. Por supuesto, la próxima parada es la estación de tren de Girona, seguida de Pº de Gracia y de allí una caminata bajo el sol hasta mi habitación (de repente la mochila que antes apenas notaba se convierte en una carga pesada) para descansar lo posible antes de la vuelta al currelo.
C´est la vie…