Todos nos hemos sorprendido alguna vez recordando un viaje de hace años como si hubiera sido ayer mismo…
Luego están los casos preocupantes, en los que algunos locos nos damos cuenta de que, por un momento, hemos dejado de distinguir pasado y presente llegando a preguntarnos cómo hemos llegado aquí.
Aun puedo ver a aquella niña de apenas 20 años empaquetando todos sus bártulos, moviendo la guitarra de sitio quinientas veces por miedo a dejarla olvidada.
Hoy me he acordado del frío de una pensión a mil pesetas la noche en la calle Betanzos, del chico que tocaba la flauta todas las tardes debajo de mi ventana, de los pedacitos que dejé allá, de algún paraguas roto, los acantilados y la Crêperie Bretagne.
Detrás del Palacio de Congresos está el parque de Maria Cristina, un bosque de pinos enorme en pleno centro que esconde campanillas alucinógenas, y el Planetario. Mi apartamento estaba justo delante 😉
Pasa que si uno viaja así y escribe, se arriesga a que la nostalgia alargue demasiado el texto. Muchos detalles para poco espacio 😛
No hubo tiempo de despedirme de todos como hubiera querido: un abrazo enorme y lleno de cariño vuela para allá.