Centroeuropa never sleeps (Viena-Brno-Moravia)

Despertar en Viena después de un aterrizaje a saltitos en Eslovaquia es como entrar en Química después de una clase de Historia de BUP. Te desperezas, miras a ver k cielo hay y… te mojas 😉 De repente todo está nuevo, limpio y ordenado; todos los edificios tienen más de cinco pisos y no hay una sola fachada desconchada y gris, ni grupos de locos haciendo malabares en el centro, ni papeleras llenas, ni… Es como caerte en un cuento para niños escrito por adultos que aún no han madurado lo suficiente como para volver a disfrutar de lo que les rodea.

Vaya, he exagerado :-P, pero ver monumentos y plazas tan impresionantes sin encontrar ningún rinconcito para tirarse al suelo sin mirar a ningún sitio resulta extraño. Siguiente parada… Un hipermercado de carretera, los precios en Viena son de escándalo, así k toca pasar con chocolate hasta llegar a un oasis llamado BRNO.

Ahora intenta pronunciarlo sin que te dé un ataque de risa y respira hondo, si algún día quieres aprender checo, polaco, rumano, húngaro o cualquiera de las lenguas marcianas que hablan más hacia el norte será mejor que te vayas acostumbrando 😛 Realmente es un sitio lleno de encanto, vivo como él solo y variado como la vida misma. Los edificios empiezan a perder sus formas redondas, los precios bajan y llega la inolvidable cerveza checa. Hace un año ni miraba el alcohol y ya distingo tipos de cerveza, vino y sé pedirla en más de cinco idiomas…

La noche se durmió y despertó en Moravia. La verdad es que no sé si era muy bonita, porque ví más bien poco: en total dos garitos majísimos y un par de calles amplias (una con dandy y otra sin él). La primera parada nocturna fue en un sitio repleto de gente de la zona en el que no recuerdo si hablaban inglés. La cerveza era fantástica y el ambiente una locura, pero había que ver más. El otro era un sitio más acostumbrado a los guiris, en vez de traducciones al checo de música americana de los 80 ponían una especie de mezcla de éxitos internacionales en inglés.

Efectos secundarios de las pivitas checas (pintas): cuando intentas bailar todo empieza a moverse y si se te ocurre trepar de espaldas a la barandilla de la pista para sentarte, te caes de espaldas en una silla. Hasta ahí todo bien, te despejas al mirar a la derecha de la mesa en la que estás sentado y ver que detrás está el D.J. enorme al que llevas horas vigilando toda la noche para no acercarte demasiado por el miedo k da.

En resumen: El susodicho pincha es un bohemio encantador (de Bohemia, sip… en este viaje no paso por allí), y la peña de macarrillas apalancados alrededor de éste son todos checos. Charlando allí me di cuenta de que no suelo volver nunca a sitios que ya he visitado, y en la mayoría de los casos no vuelvo a ver a los amigos que voy encontrando 🙁